Universidadd de Murcia. Murcia, España
Introducción. Ante el preocupante aumento de la obesidad y el sedentarismo entre los jóvenes de gran parte del mundo, cabe preguntarse si los factores de riesgo cardiovascular y metabólico afectan a la población adolescente ya desde estas etapas tempranas de la vida. La mayoría de autores consideran que la mejor estrategia para disminuir el aumento de la tasa de mortalidad por estas causas sería una acción de intervención preventiva en niños y adolescentes que presenten uno o varios factores de riesgo, tales como hipertensión, dislipidemia, obesidad, dieta inadecuada, sedentarismo y otros estilos de vida perjudiciales (tabaquismo, abuso de alcohol, estrés). A pesar de que la intervención en los adultos ha reducido la morbi-mortalidad por enfermedad cardiovascular (ECV), existe un consenso en la necesidad de actuar en la prevención de estas enfermedades lo antes posible, estableciendo de forma precoz hábitos que promuevan la salud y su continuidad desde la niñez hasta la vida adulta. Partiendo de la base de que los niños modifican mejor los hábitos que los adultos, es preciso actuar sobre el problema con estrategias de sensibilización, y no sólo en el niño o adolescente, también en su entorno de influencia máxima, como son la familia y los centros escolares (“aprendizaje social”). Los factores de riesgo cardiovascular tienden a formar un “cluster” debido a que están metabólicamente ligados. La asociación de tres o más factoresocurre con una frecuencia de cuatro a cinco veces mayor que la tasa esperada. Existe al menos una contribución aditiva al riesgo de cardiopatía isquémica para los factores de riesgo mayores (hipertensión, hipercolesterolemia y tabaco), tal como muestran los hallazgos del estudio Framinghanm y otros. La OMS (1978) estableció normas para la prevención de enfermedades coronarias en niños. Uno de los objetivos para el año 2000 fue el de reducir la morbi-mortalidad por ECV en un 15%. La estrategia hacía hincapié en la prevención integrada a través del control de tres factores de riesgo, a saber, el consumo de tabaco, una dieta inadecuada y la inactividad física. La 55ª Asamblea Mundial de la Salud (2002) examinó un informe de la Secretaría y reconoció la importancia del marco de actuación en materia de régimen alimentario y actividad física, como parte de la prevención y el control integrado de las enfermedades no transmisibles. La resolución adoptada aconsejaba elaborar una estrategia mundial sobre régimen alimentario, actividad física y salud. Posteriormente, en Ginebra (2004), los Estados Miembros aprobaron por unanimidad la Estrategia mundial sobre régimen alimentario, actividad física y salud, para prevenir las enfermedades no transmisibles, tales como ECV, diabetes tipo II, cáncer, obesidad y afecciones relacionadas. Desarrollo. El Grupo de Investigación en Nutrición de la Universidad de Murcia ha analizado la situación en los adolescentes sanos de la Región de Murcia, y ha adaptado y aplicado a este colectivo un programa de estudio del riesgo cardiovascular y metabólico y su prevención a partir del diseñado por el Profesor Paul Fardy del Queen Collage de New York. El programa (PATH, Physical Activity Teenage Health) ofrece información sobre nutrición y alimentación dentro de un plan de hábitos de vida saludables, incluyendo la relación entre salud y actividad física. Se desarrolla en los centros escolares, con una duración de seis meses, ocupando unos 15 minutos dos veces por semana. Consta de dos etapas, en la primera se valora la situación inicial de la población y en la segunda se aplica el plan de educación en las áreas de salud, nutrición y actividad física. Finalmente, se repiten de nuevo las mismas pruebas que se confirman que el 16% de los adolescentes presentaron hipertensión sistólica y el 6% diastólica, con una fuerte correlación positiva con el índice de masa corporal (IMC) y negativa con el consumo de legumbres. El 41% de los chicos y el 52% de las chicas fueron sedentarios. Un 38% del colectivo realizan actividad física diariamente y tienen mejor alimentación y adecuados hábitos de vida, consumen una buena calidad de grasa e incluyen frecuentemente fruta en su dieta; consecuentemente, las concentraciones de colesterol y triglicéridos son normales. Una vez más se pone de manifiesto una asociación positiva entre ingesta y sobrepeso/obesidad, y una negativa con actividad física. Los valores de insulina y enzimas hepáticos son lógicamente normales en los adolescentes, ya que son personas sanas y obviamente jóvenes. Pero a medida que aumenta el IMC y el porcentaje de grasa corporal, aumenta simultáneamente la insulinemia. También se asocian los aumentos del IMC con cambios en las transaminasas, GPT, GGT y GOT. Los resultados indican que a medida que aumenta el IMC y los perímetros de cintura y cadera, los niveles de enzimas que el hígado vierte a la sangre aumentan, con lo que entramos en riesgo de que el hígado se esté dañando (hepatopatía) y, por otro lado, también aumenta la insulina, indicando el riesgo de intolerancia a la glucosa e hiperinsulinemia. Esta situación de hiperinsulinismo y/o resistencia a la insulina en adolescentes con sobrepeso, es un predictor de algunas patologías, tales como síndrome metabólico, diabetes tipo II e hipertrigliceridemia. El 21% de los adolescentes presentaron alguno de los siguientes factores de riesgo cardiovascular: hipertensión, hiperlipidemia/hipercolesterolemia, sedentarismo u obesidad. Un 0,5% presentaron los cuatro factores de riesgo. En su conjunto, según la valoración del riesgo cardiovascular total por el programa (PATH), los adolescentes estaban mayoritariamente en bajo riesgo (60%), pero la formación y educación fue capaz de mejorar esta situación en más de un 14%, con lo cuál se alcanza el 74% de la población, el grupo de moderado riesgo disminuyó de 40 a 26%. Al tratarse de una población joven y mayoritariamente sana, no había individuos en alto riesgo. Conclusiones 1. Educar en hábitos de vida y salud. 2. Evitar no sólo que la obesidad y el sobrepeso sigan creciendo, sino reducirlo. 3. Regularizar la ingesta, que debe ser equilibrada y en su caso hipocalórica, con abundancia de frutas y verduras, bajar el consumo de lácteos y bebidas azucaradas, pizzas, hamburguesas y salchichas. 4. Luchar contra el sedentarismo, aumentar la actividad física y reducir el tiempo dedicado a ver la televisión, los videojuegos e internet.
Referencias: Sánchez de Medina Contreras F, Zamora Navarro S. Diet and coronary disease. Nutr Hosp 1995; 10(3): 152-157. Garaulet M, Martínez A, Victoria F, Pérez-Llamas F, Ortega R, Zamora S. Differences in dietary intake and activity level between normalweight and overweight or obese adolescents. J Pediatr Gastroenterol Nutr 2000; 30 (3): 253-258. Fardy PS, Azzollini A, Terverk L, Agin D, McDermott KJ. Physical activity and teenage health. A program to improve cardiovascular fitness, health behavior, and coronary disease risk factors in multiethnic teenagers. Ann N Y Acad Sci 1997; 817: 356-358. Fardy PS, Azzollini A, Magel JR, White RE, Schmitz MK, Agin D, Clarck LT, Bayne-Smith M, Kohn S, Tekverk L. Gender and ethnic differences in health behaviors and risk factors for coronary disease among urban teenagers: The PATH Program. J Gend Specif Med 2000; 3(2): 59-68. Avilés MA, Balsalobre B, Garaulet M, Pérez-Llamas F, Zamora S, Fardy PS. Cardiovascular risk decrease in teenagers. aplication of the preventive program path (physical activity and teenage health). Archivos de Medicina Deportiva 2008; XXV(27): 271-278.